miércoles, 11 de abril de 2012

Punto positivo...

La última semana había sido una puta locura. Sin embargo, y curiosamente, las circunstancias habían hecho que viviera los recientes acontecimientos más como espectador que como participante. Y, teniendo en cuenta lo excesivamente protagonista de su vida que se sentía en los últimos tiempos, había sido un descanso agradable (aunque, por desgracia, evidentemente fugaz) para su maltrecha alma. Por el amor de Dior, que alguien me traiga una botella de Brugal…

El caso es que había aprendido muchas cosas de toda esa gente que, con mayor o menor fortuna, y en mayor o menor profundidad, había conocido (o redescubierto) durante ese tiempo. Siempre había sido muy crítico con ciertas actitudes, y en esta ocasión no iba a ser menos… Por eso le resultaba tan sencillo enumerar todos los aspectos bochornosos y patéticos que había presenciado. Y, al final, todo se reunía en uno: la hipocresía. Asquerosa de experimentar pero, seamos francos, muy divertida de presenciar cuando es tan burda y facilona que hasta una ameba podría distinguirla a leguas.

Gente que desperdiciaba su vida preocupándose por estupideces aparentes, creyéndose su propia mentira de que lo que le han dicho siempre es lo que importa, anteponiendo carcasa y comentario a autenticidad y sonrisa. Personas, o, más bien, personajes creados para esconder las carencias que para la sociedad son obligatoriamente vergonzosas. Deseos frustrados de carisma que conllevaban tristes e inútiles intentos de apagar la luz de quien inevitablemente te hará siempre sombra si te pones a su lado. Todo odioso, y definitivamente muy cómodo y entretenido de ver si no compete a uno mismo, como era el caso… Ya llegaría una nueva semana en la que pensar en cuántos de esos errores había cometido él también alguna vez, y cuántos seguía cometiendo.

Afortunadamente, se sentía positivo, y por una vez en mucho tiempo, había decidido darle mayor importancia a los aspectos positivos aprendidos, basándose en el incuestionable hecho de que cuanto más turbias son las aguas, mayor impactan las pequeñas luces que ves debajo de ellas… Y, en algunos casos, lo de “pequeñas” no es más que un recurso literario. Porque, en efecto, también había visto realidad. Brutal, descarnada, sin artificios ni dramas baratos, sin innecesaria exageración y con el toque justo de melancolía. Realidad real, de la buena. Como diría aquél, de la de casa, de la de siempre.


Y le había gustado mucha de esa nueva realidad que había visto. Muchas de esas situaciones irónicas, aparentemente promovidas por bromas crueles del destino y que, en ocasiones, acababan produciendo carambolas imposibles y maravillosas. Muchas de esas personas cuya existencia (la verdadera, la esencia, no el estar por estar) prácticamente desconocía, privándole ese hecho de un enriquecimiento personal sorprendentemente grande. Pero, sobre todo, le había gustado constatar que se había equivocado de pleno en muchos de sus juicios negativos de tiempos no tan lejanos, para así poder descubrir, en otra carambola del destino (ésta con pirueta, triple tirabuzón y hasta “confetti” y serpentinas) que, efectivamente, esta vida podía seguir sorprendiéndole de manera favorable, haciéndole ver que aún le quedaba muchísimo por aprender, y seguramente de las fuentes más insospechadas.

Así, en un alarde de verdadera originalidad, decidió situar ese aprendizaje positivo en un lugar más elevado que el negativo, permitiéndose por una vez en mucho tiempo dedicarse a sí mismo una sonrisa sincera y una palmadita en la espalda. Quién sabe, quizá habría encontrado el camino. Yo, como humilde narrador, sólo espero que sepa venir a leer estas líneas cada vez que pierda esa senda, lo cual seguro que no tarda mucho en ocurrir. Y que, al leerlas, se refuerce su formidable convicción de que todo en esta vida, bueno o malo, acaba cayendo por su propio peso, y que sólo nosotros decidimos en qué lado de la balanza situar nuestros actos.

Al fin y al cabo, a todo cerdo le llega su San Martín. And karma is always a bitch.