martes, 18 de septiembre de 2012

El Día del Juicio Final...

Suave, sedosa, sobrante. Así es tu cara y ceñida camisa para mí. Por eso no me entretengo en desatarla, sino que te arranco la prenda a lo bestia, mandando los botones en todas direcciones, rebotando por las cuatro esquinas de esta habitación. Te miro a los ojos, esos dos putos pozos de picardía y sensualidad que llevan volviéndome majara tantísimo tiempo, tanto que ya no recuerdo cuando fue la primera vez que me imaginé este momento, un momento que jamás creí que fuera a llegar, pero que al final ha sido inevitable. Te ríes, porque sabes lo que estoy pensando, porque te ha encantado torturarme todo este tiempo… pero se acabó. Today is the day of reckoning. Y vas a pagar con intereses la espera, créeme.

Acarició tu vientre, lampiño, liso, perfecto. Te agitas, tu respiración entrecortada, anticipándote a lo que viene. De pronto, me besas, pero no como hasta ahora. Me besas con ansia, devorando mis labios, mordiéndome, entrelazando tu áspera lengua con la mía. Y yo te saboreo… saboreo tu aliento, saboreo tu saliva, saboreo tu acre sabor a tabaco y vodka. Que venga Ferrán Adriá y deconstruya este jodido aroma de los Dioses, si tiene cojones. Mordisqueo tu cuello, el hueco de la clavícula, el lóbulo de tu oreja. Tus dedos forcejean con mi camiseta, mientras los míos se enredan en tu lacio pelo, agarrándolo con una inexplicable mezcla de extremo cariño y brutal violencia.

Los minutos transcurren entre jadeos, caricias y ropa que sale volando. De pronto, me encuentro tumbado sobre ti, compartiendo mi desnudez contigo, besando tu pecho, descendiendo a tus rincones más prohibidos mientras me bebo con avaricia, directamente de ti, tu sudor, que se perla en gotitas sobre tu glorioso abdomen. Sigo el camino que marcan tus oblicuos, aspirando tu cada vez más intenso aroma, volviéndome loco de excitación… Casi tanto como tú, que te aferras a mi cabello, tu único salvavidas frente a la tormenta que estoy desatando en tu sistema sensorial, mientras yo recorro con mi lengua cada uno de tus recovecos.

Vuelvo a ti, a tus ojos, a tu boca, que me busca con más hambre que nunca. “Ya todo da igual, ya sólo existimos tú y yo”, pienso, retorciéndome sobre ti, sintiendo tus manos apretando las mías, tus piernas apresándome, tu lengua anudándose con la mía… Me susurras al oído que te encanta, que quieres más, que estás en éxtasis. Yo soy más práctico y te digo que me folles, sin ambages, sin rodeos, que me hagas el amor como si no existiera un mañana. Y tú obedeces. Joder que si obedeces…


Y ahora se vuelve difícil describir el momento con palabras. No puedo hablar de ti o de mí, porque esos conceptos tan obsoletos han dejado de existir. Ahora somos uno, sincronizados, 4 brazos, 4 piernas, un organismo bicéfalo, sudoroso y cachondo perdido. Me siento en ti, y tú en mí… de sentir, no de sentar… o también, qué coño más dará. Nos amamos intensamente, porque sí, ahora por fin entiendo el significado de la palabra AMAR en el más puro y descarnado de sus sentidos: el que me convierte gustosamente en una mera extensión de tus deseos, de tu mente y de tu cuerpo, y hace lo mismo contigo.

Porque, efectivamente, me he dado cuenta de que eso del amor no tiene nada que ver con comedias románticas, ramos de flores, ni mariconadas semejantes. El amor es esto, entregarte por completo a otra persona de manera física y mental, bajando tus defensas hasta el punto de dejar a ese otro ser humano entrar hasta la cocina, descubrir tus recovecos más íntimos sin miedo, más bien todo lo contrario… En definitiva, darle todo a alguien sin reservas, como estamos haciendo tú y yo en este instante. Instante en el que me gustaría poder detener el tiempo, porque dudo mucho que pueda haber sensación más maravillosa que ésta.

Holy Cow… Creo que acabo de descubrir el puto paraíso.