
"Crecer es aprender a despedirse." Con esa frase intentaba convertirse en gran gurú actual el inefable Risto Mejide. Y, aunque no es mi intención hacerle propaganda a este señor, la verdad es que razón no le falta. Porque, efectivamente, crecer es saber aceptar que cada vez hay más personas a las que has de decir "adiós" y menos a las que decir "hola".
El otro día hablaba con un buen amigo sobre el proceso de maduración del ser humano. Cualquiera que me conozca mínimamente sabrá que siempre he considerado eso de "madurar" una estupidez, un concepto inventado por aquellos que quieren justificar sus aires de superioridad con una actitud de perdonavidas. Adultos y maduros, pero perdonavidas. Sin embargo, sí creo en el constante aprendizaje y la constante evolución de las personas; simplemente pienso que eso ocurre paulatina y continuamente a lo largo de toda la vida, no durante un corto período de tiempo (sean meses o años). En cualquier caso, mi compañero de charla mostraba su deseo de "madurar" (o "evolucionar" a mayor velocidad), y yo no pude más que mostrarle mi desacuerdo ante ese deseo, basándome en mi propia experiencia...
¿¿De verdad hay que estar dispuesto a aceptar tantas pérdidas?? ¿¿Qué es mejor, la apatía constante o el dolor eventual?? Yo no tengo las respuestas a esas preguntas. Pero lo que sí sé es cuánto echo de menos ciertas cosas... y a ciertas personas...
"Iba a hacer una canción cruel,
escrita en tu honor,
que sacara de mí este veneno...
Pero en un sueño vi tu alma destrozada,
y al despertar lloré,
porque una vez creí ser tu hermana...
Ya nada será igual...
es el final de la inocencia."
Concorde - Amaral