Parece que la dichosa cancioncilla está acabándose por fin... Pues no. Falsa alarma. Siempre caigo. Mierda de DJ. Las locazas de siempre están dándolo todo encaramadas en las mesas, haciendo del término "ambigüedad sexual" algo completamente insólito. Sorprendentemente, hay un hueco en la barra, así que me lanzo hacia él, cual hiena que descubre un elefante recién muerto sólo para ella. Dior bendito, eso no era vodka, era Eau de Rochas... Cuando, tras un par de gritos, el camarero por fin entiende lo que le pido y me sirve el cubata, no me queda más remedio que vagar sin rumbo entre el gentío, esperando encontrar pronto (y milagrosamente) a mis acompañantes.
Es entonces cuando ocurre. La bochornosa tonadilla de verano termina por fin, y se oyen los primeros compases de un tema de Pereza. Esto sí. Drogas, alcohol y depravación... it feels like home. El humo de quinientos cigarros se arremolina frente a mis ojos hasta que, en un golpe de aire acondicionado, mi vista se despeja, y ahí, a tres metros, apareces. Como una aparición mariana, pero cambiando la luz divina por un foco de luz intermitente, el olor a incienso por el de los porros del rastafari que tengo al lado, y el coro celestial por la voz cascada del tal Leiva. So much better, dónde va a parar.

Y, siguiendo con el símil religioso, me acuerdo del pecado original. La dichosa serpiente, la dichosa manzana, la dichosa tentación. Pues muy bien... puedes llamarme Eva. En realidad, como sigas moviéndote así, puedes llamarme como te dé la real gana. Y cuando te dé la real gana.
Porque tú, jodida perfección vestida de marca, superas eso del pecado original. Es más, diría que superas lo de los 7 pecados capitales, y de largo... Avaricia, porque el simple hecho de mirarte es un malsano vicio del que siempre quiero más. Envidia, porque en esta situación, rodeados como estamos de patéticas quinceañeras borrachas, patéticos treintañeros desesperados y patéticas parejas que más bien parecen aspiradoras, eres capaz de conservarte en perfecto estado de conservación (y de follabilidad). Soberbia, porque sabes lo que provocas en la gente que te rodea, y te encanta. Y a mí me encanta más. Ira, porque ahora mismo te arrancaría tu preciosa y cara ropa a lo bestia. Gula, por lo que haría acto seguido. Lujuria, porque eres la encarnación de la misma. Y pereza, porque, con tu perfecta cara apoyada en el otro extremo de la almohada y tu cegadora media sonrisita de suficiencia dirigiéndose a mí, el cigarrito de después tiene que ser épico.
Sí, definitivamente, lo tuyo es superior. Vas más allá, mucho más. Eres el Pecado Supremo. Joder, creo que necesito otro chupito. O dos.