viernes, 27 de febrero de 2015

Vete...

Y si te quieres ir, vete.

Déjalo todo atrás, olvídate de las cosas que no te hacen bien e inicia una nueva vida. Que nada ni nadie te coarte, te ponga trabas, te haga sentir mal. Huye de aquello que te recuerde tus fallos, tus fracasos, tus claroscuros. No tienes por qué vivir incómodo, lo primero eres tú y nadie tiene derecho a ponerte esa molesta piedra en el zapato. Corre, no mires atrás, vuela sin pensar en lo que dejas y que el futuro sea tan brillante como quieras. Y si correr es de cobardes, que sea atrevido otro. Al fin y al cabo, el que dijo que el mundo es de los valientes era alguien sin nada a lo que enfrentarse. Como diría la canción... no te lo pienses, vete.


Pero vete. Y, si de verdad te vas, vete del todo. Vete para no volver. No pasees sobre las cenizas de tu partida, no te regodees mirando atrás, no observes las ruinas que has dejado como aquel que ve en un museo del Holocausto un daño hecho por otra persona. Vete. Pírate. Aire. Renuncia a todo lo que tenías antes de irte, deja que te echen de menos un tiempo y te olviden finalmente, permite que te lloren, pero no eternamente. Recoge tus cosas, tu tan cacareada dignidad, tus recuerdos felices, tu kit de maquillaje para sonrisas de postureo. Borra todas las horas que te regalaron, los hombros que secaron tus lágrimas y las manos que te levantaron del suelo. Deja a un lado las palas que te sacaron del barro, elimina las palabras que elevaron tu espíritu y espanta las risas que te evitaron llorar. Tú eres quien valora, y eso vale menos que tu comodidad.

Vete. Olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta. Pero deja que olviden el tuyo, y tu cara, y tu casa, y no permitas que tengan que pegar por ti la vuelta. Y si tu adiós no maquilla un hasta luego, y tu nunca no esconde un ojalá, cierra la puerta por fuera y que nunca más tengan que temer verte llegar. Sé consecuente y no regales dolor gratuito reabriendo viejas heridas que aún pueden sangrar,y que tu despedida tenga la elegancia de aquellos que se van cuando quieren, sin molestar. No empañes el buen recuerdo que dejas atrás con retornos fortuitos, reúne tus fuerzas y di un silencioso adiós a todo lo que te rodeaba antes. Que nadie sufra de más por tu marcha, pues sólo uno ha de asumir las consecuencias de sus decisiones. Muchacho, vete ya, a otro lugar, cabeza alta y lágrimas. Aguanta el tipo y anda.

Y entonces sí, si te quieres ir, vete.

Pero no te preocupes si tu nueva realidad te molesta de nuevo, si esa falacia que te has construido se balancea y amenaza con sepultarte, si de repente ya no ves luz brillando desde esa estrella. Las puertas cerradas parece que impiden que vuelvas hacia atrás, pero seguro que conseguirías que algún imbécil con corazón te abriese desde dentro. Y si no, si ya es tarde y sólo quedara vacío, siempre te quedará seguir corriendo. Si vuelves a sentirte mal, si tienes que huir otra vez, si te duele la cabeza o si te pica la nariz... Sólo vete. Olvida que existo, que me conociste y no te sorprendas.

Olvídate todo que tú, para eso... tienes experiencia.

martes, 7 de mayo de 2013

El escritor...

Esto parece un desierto... Hace meses que no reflejo aquí nada de lo que pasa en mi vida y, sinceramente, no es porque no me pase nada, ni no tenga ganas de desahogarme. Ni mucho menos... Miles y miles de ideas pueden pasar a diario por tu cabeza, emocionantes, brutales, revolucionarias, efectivas... pero, cuando el papel en blanco se enfrenta a ti, todo parece desvanecerse como agua entre los dedos. Y, si quieres que la cosa funcione, tienes que plantarle cara a ese gigante llamado “Mente en Blanco” y seguir al pie del cañón, hasta que a las musas les dé por aparecer... pero es ahí donde entran nuestras amigas, pereza y desidia.

Sí, la pereza y la desidia son los peores enemigos del talento artístico. Y eso incluye a la escritura. Muchos (la mayoría) se creen que escribir se reduce a tener talento, a saber hilar palabras, a inspirarte... los cojones, hablando mal y pronto. Lo verdaderamente difícil es, como todo en la vida, la constancia. Porque sí, es muy sencillo tener una idea, incluso empezar a desarrollarla con toda la ilusión del mundo, pero lo complicado es no aburrirte de ella enseguida, o encontrar algo más sencillo a lo que dedicar tu tiempo. Y es en esos momentos en los que tienes que concentrarte en el objetivo, y en algo que sólo los que dedicamos parte de nuestra vida a esto conocemos: la satisfacción del objetivo cumplido. Esa sonrisa boba que asoma a tus labios cuando lees tu obra ya terminada, o (por qué no decirlo) cuando algún lector te da la enhorabuena y te dice lo mucho que ha disfrutado leyéndote. Porque, no nos engañemos, el disfrute ajeno y la felicitación de los demás es algo que cualquiera que publica algo busca. En caso contrario, se lo quedaría exclusivamente para sí mismo...

Evidentemente, eso implica saber aceptar las críticas, que no siempre son amables o constructivas. Porque, amigos lectores, este mundo está lleno de gentuza que no tiene nada mejor que hacer que faltar al respeto al trabajo de los demás, cuando podrían quedarse callados (muy diferente a mentir, ojo)... y eso hay que aguantarlo. Es a lo que uno se expone cuando hace algo público por voluntad propia, así que, como se dice popularmente, “ajo y agua”. Ahora, es innegable que esta es otra de las razones que más influyen en que cueste tanto realizar un trabajo artístico: el miedo al rechazo. Aterra pensar que, después de que tú te lo has currado tanto, algún listo va a tirar tu trabajo por tierra, hundiendo en la nada todas esas horas que tú le has dedicado a tu proyecto. Pero bueno, es cuestión de valentía, de echarle un par y sonreír también ante las críticas destructivas. Como diría aquella, “dientes, dientes, que es lo que les jode”. Y olé.

En fin, afortunadamente, todo esto de la desidia y el abandono tiene una fácil solución, al menos para mí: comprometerse. Es por eso que hoy, en público y aceptando todas las consecuencias, me comprometo a dedicarle algo más de tiempo a esto de escribir, que ya me vale. A ver lo que me dura el convencimiento... hasta el siguiente Gin-Tonic, seguramente.


Dedicado a mi gran amigo y colega Sergio, probablemente la persona que mejor entienda lo que acabo de escribir... Más vale tarde que nunca, ¿no? ;)

martes, 18 de septiembre de 2012

El Día del Juicio Final...

Suave, sedosa, sobrante. Así es tu cara y ceñida camisa para mí. Por eso no me entretengo en desatarla, sino que te arranco la prenda a lo bestia, mandando los botones en todas direcciones, rebotando por las cuatro esquinas de esta habitación. Te miro a los ojos, esos dos putos pozos de picardía y sensualidad que llevan volviéndome majara tantísimo tiempo, tanto que ya no recuerdo cuando fue la primera vez que me imaginé este momento, un momento que jamás creí que fuera a llegar, pero que al final ha sido inevitable. Te ríes, porque sabes lo que estoy pensando, porque te ha encantado torturarme todo este tiempo… pero se acabó. Today is the day of reckoning. Y vas a pagar con intereses la espera, créeme.

Acarició tu vientre, lampiño, liso, perfecto. Te agitas, tu respiración entrecortada, anticipándote a lo que viene. De pronto, me besas, pero no como hasta ahora. Me besas con ansia, devorando mis labios, mordiéndome, entrelazando tu áspera lengua con la mía. Y yo te saboreo… saboreo tu aliento, saboreo tu saliva, saboreo tu acre sabor a tabaco y vodka. Que venga Ferrán Adriá y deconstruya este jodido aroma de los Dioses, si tiene cojones. Mordisqueo tu cuello, el hueco de la clavícula, el lóbulo de tu oreja. Tus dedos forcejean con mi camiseta, mientras los míos se enredan en tu lacio pelo, agarrándolo con una inexplicable mezcla de extremo cariño y brutal violencia.

Los minutos transcurren entre jadeos, caricias y ropa que sale volando. De pronto, me encuentro tumbado sobre ti, compartiendo mi desnudez contigo, besando tu pecho, descendiendo a tus rincones más prohibidos mientras me bebo con avaricia, directamente de ti, tu sudor, que se perla en gotitas sobre tu glorioso abdomen. Sigo el camino que marcan tus oblicuos, aspirando tu cada vez más intenso aroma, volviéndome loco de excitación… Casi tanto como tú, que te aferras a mi cabello, tu único salvavidas frente a la tormenta que estoy desatando en tu sistema sensorial, mientras yo recorro con mi lengua cada uno de tus recovecos.

Vuelvo a ti, a tus ojos, a tu boca, que me busca con más hambre que nunca. “Ya todo da igual, ya sólo existimos tú y yo”, pienso, retorciéndome sobre ti, sintiendo tus manos apretando las mías, tus piernas apresándome, tu lengua anudándose con la mía… Me susurras al oído que te encanta, que quieres más, que estás en éxtasis. Yo soy más práctico y te digo que me folles, sin ambages, sin rodeos, que me hagas el amor como si no existiera un mañana. Y tú obedeces. Joder que si obedeces…


Y ahora se vuelve difícil describir el momento con palabras. No puedo hablar de ti o de mí, porque esos conceptos tan obsoletos han dejado de existir. Ahora somos uno, sincronizados, 4 brazos, 4 piernas, un organismo bicéfalo, sudoroso y cachondo perdido. Me siento en ti, y tú en mí… de sentir, no de sentar… o también, qué coño más dará. Nos amamos intensamente, porque sí, ahora por fin entiendo el significado de la palabra AMAR en el más puro y descarnado de sus sentidos: el que me convierte gustosamente en una mera extensión de tus deseos, de tu mente y de tu cuerpo, y hace lo mismo contigo.

Porque, efectivamente, me he dado cuenta de que eso del amor no tiene nada que ver con comedias románticas, ramos de flores, ni mariconadas semejantes. El amor es esto, entregarte por completo a otra persona de manera física y mental, bajando tus defensas hasta el punto de dejar a ese otro ser humano entrar hasta la cocina, descubrir tus recovecos más íntimos sin miedo, más bien todo lo contrario… En definitiva, darle todo a alguien sin reservas, como estamos haciendo tú y yo en este instante. Instante en el que me gustaría poder detener el tiempo, porque dudo mucho que pueda haber sensación más maravillosa que ésta.

Holy Cow… Creo que acabo de descubrir el puto paraíso.

miércoles, 11 de abril de 2012

Punto positivo...

La última semana había sido una puta locura. Sin embargo, y curiosamente, las circunstancias habían hecho que viviera los recientes acontecimientos más como espectador que como participante. Y, teniendo en cuenta lo excesivamente protagonista de su vida que se sentía en los últimos tiempos, había sido un descanso agradable (aunque, por desgracia, evidentemente fugaz) para su maltrecha alma. Por el amor de Dior, que alguien me traiga una botella de Brugal…

El caso es que había aprendido muchas cosas de toda esa gente que, con mayor o menor fortuna, y en mayor o menor profundidad, había conocido (o redescubierto) durante ese tiempo. Siempre había sido muy crítico con ciertas actitudes, y en esta ocasión no iba a ser menos… Por eso le resultaba tan sencillo enumerar todos los aspectos bochornosos y patéticos que había presenciado. Y, al final, todo se reunía en uno: la hipocresía. Asquerosa de experimentar pero, seamos francos, muy divertida de presenciar cuando es tan burda y facilona que hasta una ameba podría distinguirla a leguas.

Gente que desperdiciaba su vida preocupándose por estupideces aparentes, creyéndose su propia mentira de que lo que le han dicho siempre es lo que importa, anteponiendo carcasa y comentario a autenticidad y sonrisa. Personas, o, más bien, personajes creados para esconder las carencias que para la sociedad son obligatoriamente vergonzosas. Deseos frustrados de carisma que conllevaban tristes e inútiles intentos de apagar la luz de quien inevitablemente te hará siempre sombra si te pones a su lado. Todo odioso, y definitivamente muy cómodo y entretenido de ver si no compete a uno mismo, como era el caso… Ya llegaría una nueva semana en la que pensar en cuántos de esos errores había cometido él también alguna vez, y cuántos seguía cometiendo.

Afortunadamente, se sentía positivo, y por una vez en mucho tiempo, había decidido darle mayor importancia a los aspectos positivos aprendidos, basándose en el incuestionable hecho de que cuanto más turbias son las aguas, mayor impactan las pequeñas luces que ves debajo de ellas… Y, en algunos casos, lo de “pequeñas” no es más que un recurso literario. Porque, en efecto, también había visto realidad. Brutal, descarnada, sin artificios ni dramas baratos, sin innecesaria exageración y con el toque justo de melancolía. Realidad real, de la buena. Como diría aquél, de la de casa, de la de siempre.


Y le había gustado mucha de esa nueva realidad que había visto. Muchas de esas situaciones irónicas, aparentemente promovidas por bromas crueles del destino y que, en ocasiones, acababan produciendo carambolas imposibles y maravillosas. Muchas de esas personas cuya existencia (la verdadera, la esencia, no el estar por estar) prácticamente desconocía, privándole ese hecho de un enriquecimiento personal sorprendentemente grande. Pero, sobre todo, le había gustado constatar que se había equivocado de pleno en muchos de sus juicios negativos de tiempos no tan lejanos, para así poder descubrir, en otra carambola del destino (ésta con pirueta, triple tirabuzón y hasta “confetti” y serpentinas) que, efectivamente, esta vida podía seguir sorprendiéndole de manera favorable, haciéndole ver que aún le quedaba muchísimo por aprender, y seguramente de las fuentes más insospechadas.

Así, en un alarde de verdadera originalidad, decidió situar ese aprendizaje positivo en un lugar más elevado que el negativo, permitiéndose por una vez en mucho tiempo dedicarse a sí mismo una sonrisa sincera y una palmadita en la espalda. Quién sabe, quizá habría encontrado el camino. Yo, como humilde narrador, sólo espero que sepa venir a leer estas líneas cada vez que pierda esa senda, lo cual seguro que no tarda mucho en ocurrir. Y que, al leerlas, se refuerce su formidable convicción de que todo en esta vida, bueno o malo, acaba cayendo por su propio peso, y que sólo nosotros decidimos en qué lado de la balanza situar nuestros actos.

Al fin y al cabo, a todo cerdo le llega su San Martín. And karma is always a bitch.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

A fake smile...

Me conozco todo eso. Lo he vivido una vez, y otra, y otra, como un jodido Deja Vù interminable que me sumerge en una espiral de odio y apatía. Que sí, que hay que relativizar las cosas, y nada es tan grave como puede parecer en un principio, y si se dice con una sonrisa el efecto es menor. Efectivamente, estos son hechos indiscutibles que cualquier profesional titulado corroboraría llegado el caso.

Pues bien... los profesionales titulados me comen to'l coño que no tengo, hablando mal y pronto. Porque el problema, amigos lectores, es la acumulación, como con todo. Y nadie se da cuenta de que ese inocente gesto sin maldad y con infinita gracia lo has visto repetido unas 7.639 a lo largo de tu vida, de manera que lo que parecía una nimiedad se convierte en un mundo. Pero eres tú el culpable, el blandito que está a la defensiva porque las cosas no te van exactamente como quieres, el exagerado que debería relajarse y tomarse la vida con más calma. Y nada, sólo queda seguir sonriendo, fingiendo que no pasa nada, y aguantando carros y carrretas por no ser el patético villano de la película.

Porque, al fin y al cabo, lo importante es que todo el veneno que tienes dentro no salga a la luz, que nadie vea la negrura de tu interior, por mucho que ardas en deseos de vomitar la basura y mandar al mundo entero a tomar por donde amargan los pepinos. A tomar por el culo, para las rubias naturales. Nadie debe ver tu dolor, porque eso es de débiles, de pobres almas en desgracia que sólo buscan su minuto de atención y que en realidad no tienen ningún problema.


Y así pasan los años, "como las golondrinas del poema de Bécquer", poniendo parches de frialdad en cada una de las heridas que bocas impertinentes hacen. Pero ya me he hecho experto en estas lides, y ser el mayor actor del Reino empieza a ser mi especialidad, hasta el punto de que aguantando las hipocresías y las falsas naturalidades me siento más yo mismo. Empiezo a pensar que me merezco un premio. Una piruleta o algo, yo qué sé. Bah, no pasa nada, seguiré aquí con mi "acting" mientras el resto vivís de manera "tolerante", que me sé el guión muy bien y creo que me van a dar un Goya.

Y, cuando parece que ya está todo dicho, yo sigo. Porque, por mí, podéis pudriros todos en vuestro Paraíso.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Cuánta decepción...

"Johnny, la gente está muy loca..." Llevo 5 ó 6 días cantándolo. Y es que, cada día que pasaba durante este último mes, estaba más convencido de que así era. Porque sí, últimamente lo de hacer cosas con sentido parece que no está de moda, que ha sido encerrado en el armario junto con la ropa del año pasado. Vale, probablemente utilizar un armario no haya sido el símil más apropiado, pero son las 4.00 a.m. y yo debería estar de fiesta, y no aquí, así que no le pidáis peras al olmo. Pero vamos, que todo esto son minucias, ya que hoy, una vez más, he tenido una revelación. Por décimonovena vez. En un mes.

Porque no, Johnny, no, la gente no está loca. La gente está podrida. La gente es MALA. Todo eso de la lealtad y la decencia, al armario también, lo que se lleva ahora es putear. Todo lo que puedas, metiendo toda la mierda que se te ocurra, y perjudicando a esa persona a la que supuestamente tanto quieres/aprecias/estimas. Eso sí, todo con una dosis importante de hipocresía, no vaya a ser que alguien sospeche de lo jodidamente horrible que eres por dentro y te lo eche en cara. Después, a sonreír con tu bonita dentadura perfecta y a lucir tu físico de gimnasio, ése que tanto potencias para que nadie tenga que ver lo que hay debajo. "Underneath your clothes", que diría la otra. Evidentemente, esas "clothes", lo más caras y bonitas posibles SIEMPRE.

Porque, amig@ mí@, tengo que informarte de algo. Eso que hay debajo de tu piel asusta. Y da asco, MUCHO asco. Y, cuando alguien tiene la suerte o la desgracia de descubrirlo, esa imagen de ti perdurará siempre en su cabeza. Que probablemente te importe una mierda, siempre hay ingenuos con pocas luces a quien engañar en esta vida (porque si hay algo más que gente mala en el mundo, es gente tonta), pero a mí personalmente sí me importa. Me parece triste. Y la constatación de todas estas verdades, día sí y día también, me hace perder la fe en el ser humano, una vez más, volviéndome el cínico que, en tu infinita falsedad, seguramente despreciarás.

Gracias a Dios (o al destino, o a la simple y científica casualidad), resulta que siempre hay algo que me hace ver un rayo de esperanza, un atisbo de buena fe entre tanta mierda hedionda. Ya sea en forma de una disculpa sincera, de un "cíber-abrazo" en el momento justo, o de un comentario simple pero de verdad. Porque, aunque cuesta, a veces, incluso en los lugares más insospechados y de las formas más curiosas, puedes encontrar personas de verdad, de las que realmente valen la pena. De ésas que han sido despreciadas por no querer comulgar con ruedas de molino, y que muchas veces han sido acusadas y tratadas como parias...

Pues bien, bienvenidos sean todos los parias. Y, si he de desterrarme para vivir entre ellos, iré preparando la maleta. O mejor no, siempre es mejor largarte con lo puesto y dejar que la vida te sorprenda favorablemente. Porque lo hace, incluso en los momentos más oscuros (o precisamente en esos momentos, quizá), creedme que lo hace.

"You two are glorious, you bastards..."

viernes, 13 de mayo de 2011

Behind the curtain...

Oyes el lejano rumor, como un irregular coro de olas rompiendo contra la orilla, incesante, excitado e impaciente. Todos los nervios de tu cuerpo se vuelven locos, mandándose mensajes inconexos los unos a los otros, produciendo ese familiar cosquilleo en la boca del estómago que, pese a resultar desagradable a veces, te recuerda que no estás muerto, que tu pasión sigue igual de intacta que el primer día...

Aquel primer día, hace ya 12 años, en el que, vestido con una camiseta blanca y unos "discretos" pantalones verde manzana, saliste del vestuario de tu colegio, hecho un manojo de nervios y dispuesto a enfrentarte a todas las críticas que sabías que se iban a alzar contra ti. Probablemente no lo sabías, pero ese día marcó uno de los mayores puntos de inflexión en tu vida, porque fue el día en el que empezaste, seguramente sin ni siquiera sospecharlo, a plantar cara a tus fantasmas. Ese día, una inefable canción de la no menos inefable Marcela Morelo te hizo sentir, por primera vez, ese placer que volverías a sentir durante tantos años, y que aún hoy sigues sintiendo, aunque en mayor medida. Porque, efectivamente, en esto ocurre lo mismo que en el sexo, la primera vez te marca de por vida, pero la capacidad de disfrute aumenta con la práctica.

Pero te sigues sorprendiendo, tanto tiempo después, al darte cuenta de que tus límites están mucho más lejos de lo que te piensas, alcanzando de pronto metas que creías imposibles. Pequeñas gestas que, pese a ser consideradas estúpidas y sin valor por muchísima gente ignorante, a ti te ayudan a ver la luz, aunque lejana, al fondo del profundo agujero en el que te encuentras. No pasa nada, siempre habrá gente que lo entiende, compañeros de mil batallas que sonreirán contigo incluso cuando todo el mundo se extrañe y no entienda tu alegría.

De pronto, al otro lado de la cortina, ves que la luz desaparece, y el nervioso rumor se convierte en un ensordecedor clamor emocionado y explosivo. Oyes tu propia respiración, sientes cada uno de tus latidos en la oscuridad, todos tus músculos se tensan. Tus nervios explotan por última vez, y el nudo de tu estómago desaparece, dejándote en un estado similar a la calma que siempre precede a toda tormenta. Con un susurro de tela sobre tela, el mundo de más allá se une a éste, y se hace el silencio. Sepulcral. Inspirador. Cumbre. Y comienza...


Las primeras notas empiezan a llegar a tus oídos, fluyen por tu sangre, tus músculos, tu cuerpo, tu alma. Te haces uno con el entorno, y tu vida anterior desaparece durante unos minutos. Eres música. Eres movimiento. Eres arte. Eres VIDA.

Porque toda la mierda que tienes encima desaparece por completo en el mismísimo instante en el que ése brillante foco te ilumina. Porque las hostias que te llevas cada día, cada minuto de tu vida carecen de importancia cuando ejecutas ese movimiento. Porque a tu alrededor tienes a esa otra familia que, aunque quizá no sepan nada de tu oscuridad, han compartido durante muchas horas toda tu luz. Porque, pese a que todo sea horrible detrás del escenario, no habrá rastro de ese vacío existencial hasta que se apaguen todas las luces y el telón vuelva a correrse. Y porque JAMÁS habrá dinero en el mundo que pueda comprar, ni orgasmo en la historia que pueda compararse con el maravilloso y brutal sentimiento que te produce el aplauso de ese público, tu público.

Y es que ya lo dijo El Mayor Artista Jamás Nacido... Tu corazón puede estar rompiéndose, tu maquillaje puede estar resquebrajándose, pero tu sonrisa aún estará en su sitio.

El "show" debe continuar... Siempre.