miércoles, 7 de diciembre de 2011

A fake smile...

Me conozco todo eso. Lo he vivido una vez, y otra, y otra, como un jodido Deja Vù interminable que me sumerge en una espiral de odio y apatía. Que sí, que hay que relativizar las cosas, y nada es tan grave como puede parecer en un principio, y si se dice con una sonrisa el efecto es menor. Efectivamente, estos son hechos indiscutibles que cualquier profesional titulado corroboraría llegado el caso.

Pues bien... los profesionales titulados me comen to'l coño que no tengo, hablando mal y pronto. Porque el problema, amigos lectores, es la acumulación, como con todo. Y nadie se da cuenta de que ese inocente gesto sin maldad y con infinita gracia lo has visto repetido unas 7.639 a lo largo de tu vida, de manera que lo que parecía una nimiedad se convierte en un mundo. Pero eres tú el culpable, el blandito que está a la defensiva porque las cosas no te van exactamente como quieres, el exagerado que debería relajarse y tomarse la vida con más calma. Y nada, sólo queda seguir sonriendo, fingiendo que no pasa nada, y aguantando carros y carrretas por no ser el patético villano de la película.

Porque, al fin y al cabo, lo importante es que todo el veneno que tienes dentro no salga a la luz, que nadie vea la negrura de tu interior, por mucho que ardas en deseos de vomitar la basura y mandar al mundo entero a tomar por donde amargan los pepinos. A tomar por el culo, para las rubias naturales. Nadie debe ver tu dolor, porque eso es de débiles, de pobres almas en desgracia que sólo buscan su minuto de atención y que en realidad no tienen ningún problema.


Y así pasan los años, "como las golondrinas del poema de Bécquer", poniendo parches de frialdad en cada una de las heridas que bocas impertinentes hacen. Pero ya me he hecho experto en estas lides, y ser el mayor actor del Reino empieza a ser mi especialidad, hasta el punto de que aguantando las hipocresías y las falsas naturalidades me siento más yo mismo. Empiezo a pensar que me merezco un premio. Una piruleta o algo, yo qué sé. Bah, no pasa nada, seguiré aquí con mi "acting" mientras el resto vivís de manera "tolerante", que me sé el guión muy bien y creo que me van a dar un Goya.

Y, cuando parece que ya está todo dicho, yo sigo. Porque, por mí, podéis pudriros todos en vuestro Paraíso.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Cuánta decepción...

"Johnny, la gente está muy loca..." Llevo 5 ó 6 días cantándolo. Y es que, cada día que pasaba durante este último mes, estaba más convencido de que así era. Porque sí, últimamente lo de hacer cosas con sentido parece que no está de moda, que ha sido encerrado en el armario junto con la ropa del año pasado. Vale, probablemente utilizar un armario no haya sido el símil más apropiado, pero son las 4.00 a.m. y yo debería estar de fiesta, y no aquí, así que no le pidáis peras al olmo. Pero vamos, que todo esto son minucias, ya que hoy, una vez más, he tenido una revelación. Por décimonovena vez. En un mes.

Porque no, Johnny, no, la gente no está loca. La gente está podrida. La gente es MALA. Todo eso de la lealtad y la decencia, al armario también, lo que se lleva ahora es putear. Todo lo que puedas, metiendo toda la mierda que se te ocurra, y perjudicando a esa persona a la que supuestamente tanto quieres/aprecias/estimas. Eso sí, todo con una dosis importante de hipocresía, no vaya a ser que alguien sospeche de lo jodidamente horrible que eres por dentro y te lo eche en cara. Después, a sonreír con tu bonita dentadura perfecta y a lucir tu físico de gimnasio, ése que tanto potencias para que nadie tenga que ver lo que hay debajo. "Underneath your clothes", que diría la otra. Evidentemente, esas "clothes", lo más caras y bonitas posibles SIEMPRE.

Porque, amig@ mí@, tengo que informarte de algo. Eso que hay debajo de tu piel asusta. Y da asco, MUCHO asco. Y, cuando alguien tiene la suerte o la desgracia de descubrirlo, esa imagen de ti perdurará siempre en su cabeza. Que probablemente te importe una mierda, siempre hay ingenuos con pocas luces a quien engañar en esta vida (porque si hay algo más que gente mala en el mundo, es gente tonta), pero a mí personalmente sí me importa. Me parece triste. Y la constatación de todas estas verdades, día sí y día también, me hace perder la fe en el ser humano, una vez más, volviéndome el cínico que, en tu infinita falsedad, seguramente despreciarás.

Gracias a Dios (o al destino, o a la simple y científica casualidad), resulta que siempre hay algo que me hace ver un rayo de esperanza, un atisbo de buena fe entre tanta mierda hedionda. Ya sea en forma de una disculpa sincera, de un "cíber-abrazo" en el momento justo, o de un comentario simple pero de verdad. Porque, aunque cuesta, a veces, incluso en los lugares más insospechados y de las formas más curiosas, puedes encontrar personas de verdad, de las que realmente valen la pena. De ésas que han sido despreciadas por no querer comulgar con ruedas de molino, y que muchas veces han sido acusadas y tratadas como parias...

Pues bien, bienvenidos sean todos los parias. Y, si he de desterrarme para vivir entre ellos, iré preparando la maleta. O mejor no, siempre es mejor largarte con lo puesto y dejar que la vida te sorprenda favorablemente. Porque lo hace, incluso en los momentos más oscuros (o precisamente en esos momentos, quizá), creedme que lo hace.

"You two are glorious, you bastards..."

viernes, 13 de mayo de 2011

Behind the curtain...

Oyes el lejano rumor, como un irregular coro de olas rompiendo contra la orilla, incesante, excitado e impaciente. Todos los nervios de tu cuerpo se vuelven locos, mandándose mensajes inconexos los unos a los otros, produciendo ese familiar cosquilleo en la boca del estómago que, pese a resultar desagradable a veces, te recuerda que no estás muerto, que tu pasión sigue igual de intacta que el primer día...

Aquel primer día, hace ya 12 años, en el que, vestido con una camiseta blanca y unos "discretos" pantalones verde manzana, saliste del vestuario de tu colegio, hecho un manojo de nervios y dispuesto a enfrentarte a todas las críticas que sabías que se iban a alzar contra ti. Probablemente no lo sabías, pero ese día marcó uno de los mayores puntos de inflexión en tu vida, porque fue el día en el que empezaste, seguramente sin ni siquiera sospecharlo, a plantar cara a tus fantasmas. Ese día, una inefable canción de la no menos inefable Marcela Morelo te hizo sentir, por primera vez, ese placer que volverías a sentir durante tantos años, y que aún hoy sigues sintiendo, aunque en mayor medida. Porque, efectivamente, en esto ocurre lo mismo que en el sexo, la primera vez te marca de por vida, pero la capacidad de disfrute aumenta con la práctica.

Pero te sigues sorprendiendo, tanto tiempo después, al darte cuenta de que tus límites están mucho más lejos de lo que te piensas, alcanzando de pronto metas que creías imposibles. Pequeñas gestas que, pese a ser consideradas estúpidas y sin valor por muchísima gente ignorante, a ti te ayudan a ver la luz, aunque lejana, al fondo del profundo agujero en el que te encuentras. No pasa nada, siempre habrá gente que lo entiende, compañeros de mil batallas que sonreirán contigo incluso cuando todo el mundo se extrañe y no entienda tu alegría.

De pronto, al otro lado de la cortina, ves que la luz desaparece, y el nervioso rumor se convierte en un ensordecedor clamor emocionado y explosivo. Oyes tu propia respiración, sientes cada uno de tus latidos en la oscuridad, todos tus músculos se tensan. Tus nervios explotan por última vez, y el nudo de tu estómago desaparece, dejándote en un estado similar a la calma que siempre precede a toda tormenta. Con un susurro de tela sobre tela, el mundo de más allá se une a éste, y se hace el silencio. Sepulcral. Inspirador. Cumbre. Y comienza...


Las primeras notas empiezan a llegar a tus oídos, fluyen por tu sangre, tus músculos, tu cuerpo, tu alma. Te haces uno con el entorno, y tu vida anterior desaparece durante unos minutos. Eres música. Eres movimiento. Eres arte. Eres VIDA.

Porque toda la mierda que tienes encima desaparece por completo en el mismísimo instante en el que ése brillante foco te ilumina. Porque las hostias que te llevas cada día, cada minuto de tu vida carecen de importancia cuando ejecutas ese movimiento. Porque a tu alrededor tienes a esa otra familia que, aunque quizá no sepan nada de tu oscuridad, han compartido durante muchas horas toda tu luz. Porque, pese a que todo sea horrible detrás del escenario, no habrá rastro de ese vacío existencial hasta que se apaguen todas las luces y el telón vuelva a correrse. Y porque JAMÁS habrá dinero en el mundo que pueda comprar, ni orgasmo en la historia que pueda compararse con el maravilloso y brutal sentimiento que te produce el aplauso de ese público, tu público.

Y es que ya lo dijo El Mayor Artista Jamás Nacido... Tu corazón puede estar rompiéndose, tu maquillaje puede estar resquebrajándose, pero tu sonrisa aún estará en su sitio.

El "show" debe continuar... Siempre.