viernes, 13 de mayo de 2011

Behind the curtain...

Oyes el lejano rumor, como un irregular coro de olas rompiendo contra la orilla, incesante, excitado e impaciente. Todos los nervios de tu cuerpo se vuelven locos, mandándose mensajes inconexos los unos a los otros, produciendo ese familiar cosquilleo en la boca del estómago que, pese a resultar desagradable a veces, te recuerda que no estás muerto, que tu pasión sigue igual de intacta que el primer día...

Aquel primer día, hace ya 12 años, en el que, vestido con una camiseta blanca y unos "discretos" pantalones verde manzana, saliste del vestuario de tu colegio, hecho un manojo de nervios y dispuesto a enfrentarte a todas las críticas que sabías que se iban a alzar contra ti. Probablemente no lo sabías, pero ese día marcó uno de los mayores puntos de inflexión en tu vida, porque fue el día en el que empezaste, seguramente sin ni siquiera sospecharlo, a plantar cara a tus fantasmas. Ese día, una inefable canción de la no menos inefable Marcela Morelo te hizo sentir, por primera vez, ese placer que volverías a sentir durante tantos años, y que aún hoy sigues sintiendo, aunque en mayor medida. Porque, efectivamente, en esto ocurre lo mismo que en el sexo, la primera vez te marca de por vida, pero la capacidad de disfrute aumenta con la práctica.

Pero te sigues sorprendiendo, tanto tiempo después, al darte cuenta de que tus límites están mucho más lejos de lo que te piensas, alcanzando de pronto metas que creías imposibles. Pequeñas gestas que, pese a ser consideradas estúpidas y sin valor por muchísima gente ignorante, a ti te ayudan a ver la luz, aunque lejana, al fondo del profundo agujero en el que te encuentras. No pasa nada, siempre habrá gente que lo entiende, compañeros de mil batallas que sonreirán contigo incluso cuando todo el mundo se extrañe y no entienda tu alegría.

De pronto, al otro lado de la cortina, ves que la luz desaparece, y el nervioso rumor se convierte en un ensordecedor clamor emocionado y explosivo. Oyes tu propia respiración, sientes cada uno de tus latidos en la oscuridad, todos tus músculos se tensan. Tus nervios explotan por última vez, y el nudo de tu estómago desaparece, dejándote en un estado similar a la calma que siempre precede a toda tormenta. Con un susurro de tela sobre tela, el mundo de más allá se une a éste, y se hace el silencio. Sepulcral. Inspirador. Cumbre. Y comienza...


Las primeras notas empiezan a llegar a tus oídos, fluyen por tu sangre, tus músculos, tu cuerpo, tu alma. Te haces uno con el entorno, y tu vida anterior desaparece durante unos minutos. Eres música. Eres movimiento. Eres arte. Eres VIDA.

Porque toda la mierda que tienes encima desaparece por completo en el mismísimo instante en el que ése brillante foco te ilumina. Porque las hostias que te llevas cada día, cada minuto de tu vida carecen de importancia cuando ejecutas ese movimiento. Porque a tu alrededor tienes a esa otra familia que, aunque quizá no sepan nada de tu oscuridad, han compartido durante muchas horas toda tu luz. Porque, pese a que todo sea horrible detrás del escenario, no habrá rastro de ese vacío existencial hasta que se apaguen todas las luces y el telón vuelva a correrse. Y porque JAMÁS habrá dinero en el mundo que pueda comprar, ni orgasmo en la historia que pueda compararse con el maravilloso y brutal sentimiento que te produce el aplauso de ese público, tu público.

Y es que ya lo dijo El Mayor Artista Jamás Nacido... Tu corazón puede estar rompiéndose, tu maquillaje puede estar resquebrajándose, pero tu sonrisa aún estará en su sitio.

El "show" debe continuar... Siempre.