miércoles, 17 de agosto de 2011

Cuánta decepción...

"Johnny, la gente está muy loca..." Llevo 5 ó 6 días cantándolo. Y es que, cada día que pasaba durante este último mes, estaba más convencido de que así era. Porque sí, últimamente lo de hacer cosas con sentido parece que no está de moda, que ha sido encerrado en el armario junto con la ropa del año pasado. Vale, probablemente utilizar un armario no haya sido el símil más apropiado, pero son las 4.00 a.m. y yo debería estar de fiesta, y no aquí, así que no le pidáis peras al olmo. Pero vamos, que todo esto son minucias, ya que hoy, una vez más, he tenido una revelación. Por décimonovena vez. En un mes.

Porque no, Johnny, no, la gente no está loca. La gente está podrida. La gente es MALA. Todo eso de la lealtad y la decencia, al armario también, lo que se lleva ahora es putear. Todo lo que puedas, metiendo toda la mierda que se te ocurra, y perjudicando a esa persona a la que supuestamente tanto quieres/aprecias/estimas. Eso sí, todo con una dosis importante de hipocresía, no vaya a ser que alguien sospeche de lo jodidamente horrible que eres por dentro y te lo eche en cara. Después, a sonreír con tu bonita dentadura perfecta y a lucir tu físico de gimnasio, ése que tanto potencias para que nadie tenga que ver lo que hay debajo. "Underneath your clothes", que diría la otra. Evidentemente, esas "clothes", lo más caras y bonitas posibles SIEMPRE.

Porque, amig@ mí@, tengo que informarte de algo. Eso que hay debajo de tu piel asusta. Y da asco, MUCHO asco. Y, cuando alguien tiene la suerte o la desgracia de descubrirlo, esa imagen de ti perdurará siempre en su cabeza. Que probablemente te importe una mierda, siempre hay ingenuos con pocas luces a quien engañar en esta vida (porque si hay algo más que gente mala en el mundo, es gente tonta), pero a mí personalmente sí me importa. Me parece triste. Y la constatación de todas estas verdades, día sí y día también, me hace perder la fe en el ser humano, una vez más, volviéndome el cínico que, en tu infinita falsedad, seguramente despreciarás.

Gracias a Dios (o al destino, o a la simple y científica casualidad), resulta que siempre hay algo que me hace ver un rayo de esperanza, un atisbo de buena fe entre tanta mierda hedionda. Ya sea en forma de una disculpa sincera, de un "cíber-abrazo" en el momento justo, o de un comentario simple pero de verdad. Porque, aunque cuesta, a veces, incluso en los lugares más insospechados y de las formas más curiosas, puedes encontrar personas de verdad, de las que realmente valen la pena. De ésas que han sido despreciadas por no querer comulgar con ruedas de molino, y que muchas veces han sido acusadas y tratadas como parias...

Pues bien, bienvenidos sean todos los parias. Y, si he de desterrarme para vivir entre ellos, iré preparando la maleta. O mejor no, siempre es mejor largarte con lo puesto y dejar que la vida te sorprenda favorablemente. Porque lo hace, incluso en los momentos más oscuros (o precisamente en esos momentos, quizá), creedme que lo hace.

"You two are glorious, you bastards..."

viernes, 13 de mayo de 2011

Behind the curtain...

Oyes el lejano rumor, como un irregular coro de olas rompiendo contra la orilla, incesante, excitado e impaciente. Todos los nervios de tu cuerpo se vuelven locos, mandándose mensajes inconexos los unos a los otros, produciendo ese familiar cosquilleo en la boca del estómago que, pese a resultar desagradable a veces, te recuerda que no estás muerto, que tu pasión sigue igual de intacta que el primer día...

Aquel primer día, hace ya 12 años, en el que, vestido con una camiseta blanca y unos "discretos" pantalones verde manzana, saliste del vestuario de tu colegio, hecho un manojo de nervios y dispuesto a enfrentarte a todas las críticas que sabías que se iban a alzar contra ti. Probablemente no lo sabías, pero ese día marcó uno de los mayores puntos de inflexión en tu vida, porque fue el día en el que empezaste, seguramente sin ni siquiera sospecharlo, a plantar cara a tus fantasmas. Ese día, una inefable canción de la no menos inefable Marcela Morelo te hizo sentir, por primera vez, ese placer que volverías a sentir durante tantos años, y que aún hoy sigues sintiendo, aunque en mayor medida. Porque, efectivamente, en esto ocurre lo mismo que en el sexo, la primera vez te marca de por vida, pero la capacidad de disfrute aumenta con la práctica.

Pero te sigues sorprendiendo, tanto tiempo después, al darte cuenta de que tus límites están mucho más lejos de lo que te piensas, alcanzando de pronto metas que creías imposibles. Pequeñas gestas que, pese a ser consideradas estúpidas y sin valor por muchísima gente ignorante, a ti te ayudan a ver la luz, aunque lejana, al fondo del profundo agujero en el que te encuentras. No pasa nada, siempre habrá gente que lo entiende, compañeros de mil batallas que sonreirán contigo incluso cuando todo el mundo se extrañe y no entienda tu alegría.

De pronto, al otro lado de la cortina, ves que la luz desaparece, y el nervioso rumor se convierte en un ensordecedor clamor emocionado y explosivo. Oyes tu propia respiración, sientes cada uno de tus latidos en la oscuridad, todos tus músculos se tensan. Tus nervios explotan por última vez, y el nudo de tu estómago desaparece, dejándote en un estado similar a la calma que siempre precede a toda tormenta. Con un susurro de tela sobre tela, el mundo de más allá se une a éste, y se hace el silencio. Sepulcral. Inspirador. Cumbre. Y comienza...


Las primeras notas empiezan a llegar a tus oídos, fluyen por tu sangre, tus músculos, tu cuerpo, tu alma. Te haces uno con el entorno, y tu vida anterior desaparece durante unos minutos. Eres música. Eres movimiento. Eres arte. Eres VIDA.

Porque toda la mierda que tienes encima desaparece por completo en el mismísimo instante en el que ése brillante foco te ilumina. Porque las hostias que te llevas cada día, cada minuto de tu vida carecen de importancia cuando ejecutas ese movimiento. Porque a tu alrededor tienes a esa otra familia que, aunque quizá no sepan nada de tu oscuridad, han compartido durante muchas horas toda tu luz. Porque, pese a que todo sea horrible detrás del escenario, no habrá rastro de ese vacío existencial hasta que se apaguen todas las luces y el telón vuelva a correrse. Y porque JAMÁS habrá dinero en el mundo que pueda comprar, ni orgasmo en la historia que pueda compararse con el maravilloso y brutal sentimiento que te produce el aplauso de ese público, tu público.

Y es que ya lo dijo El Mayor Artista Jamás Nacido... Tu corazón puede estar rompiéndose, tu maquillaje puede estar resquebrajándose, pero tu sonrisa aún estará en su sitio.

El "show" debe continuar... Siempre.

martes, 14 de diciembre de 2010

El día menos pensado...

Ocurre cada cierto tiempo. Pueden ser meses, años... Incluso puede ser que sólo ocurra una o dos veces en la vida. Pero, inevitablemente, acaba sucediendo algo que pone en evidencia los fallos fundamentales de tu vida, dónde te equivocaste, cuál es el rumbo que deberías llevar, por qué la felicidad te esquiva con esa asombrosa habilidad...

Pasas tu existencia auto-convenciéndote, justificando tus acciones, queriendo vender humo a tus frustraciones, como si éstas no fueran parte intrínseca de ti mismo. Y sigues adelante, sonriendo, dando el máximo poder posible al "chip" que te permite cambiar de canal cuando no te gusta lo que tu mente emite, refugiándote en divertimentos varios para no dar importancia a lo que no te interesa dar importancia. Al fin y al cabo, lo que importa es relativo, y uno mismo le da esa importancia con sus acciones y pensamientos.

"Y algunos días, sin razón, ya ni me late el corazón en esta cárcel de rencor..."

Miro la vida pasar - Fangoria

Es entonces cuando, en las circunstancias más insospechadas, algo o alguien destroza por completo el castillo de naipes que con tanto esmero habías construido. De pronto, te das de morros contra la realidad al otro lado del espejo, con esa vida que podrías haber tenido si hubieras tomado el camino alternativo. Una frase brutal y conmovedoramente sincera, una sonrisa cómplice, o un relato de una vida inesperadamente envidiable. Algo que podrías haber conseguido de ser más egoísta, alguien que estuvo en tu misma situación pero eligió ser más atrevido, o alguno de tus más secretos e imposibles sueños hechos realidad a una distancia insultantemente cercana y dolorosamente ajena.

Y, rodeado de una sobrecogedora calma, se te revela esa verdad absoluta. Tus deseos, tus sueños, tus aspiraciones... nunca fueron imposibles. Tú los hicistes imposibles. Y la pelota vuelve a estar en tu tejado.

domingo, 10 de octubre de 2010

The ultimate sin...

Esa canción tan odiosa vuelve a sonar, a todo volumen, retumbando en las paredes del abarrotado bar. Después de cinco meses escuchando los mismos repetitivos compases varias veces por cada noche de sábado, empiezo a desarrollar un importante instinto asesino por los responsables de semejante homicidio musical. Los empujones y el roce de cuerpos sudorosos son inevitables mientras me abro camino hacia las profundidades del local, preguntándome, como cada vez, por qué siempre tengo que dirigirme directamente a la zona más llena de gente de todo el lugar. En fin, una vez más, le echaré la culpa al instinto. O al vodka. Qué más da, en este momento no hay mucha diferencia entre uno y otro... ambos corren abundantemente por mis venas. Joder, qué poético. Definitivamente, es el vodka.

Parece que la dichosa cancioncilla está acabándose por fin... Pues no. Falsa alarma. Siempre caigo. Mierda de DJ. Las locazas de siempre están dándolo todo encaramadas en las mesas, haciendo del término "ambigüedad sexual" algo completamente insólito. Sorprendentemente, hay un hueco en la barra, así que me lanzo hacia él, cual hiena que descubre un elefante recién muerto sólo para ella. Dior bendito, eso no era vodka, era Eau de Rochas... Cuando, tras un par de gritos, el camarero por fin entiende lo que le pido y me sirve el cubata, no me queda más remedio que vagar sin rumbo entre el gentío, esperando encontrar pronto (y milagrosamente) a mis acompañantes.

Es entonces cuando ocurre. La bochornosa tonadilla de verano termina por fin, y se oyen los primeros compases de un tema de Pereza. Esto sí. Drogas, alcohol y depravación... it feels like home. El humo de quinientos cigarros se arremolina frente a mis ojos hasta que, en un golpe de aire acondicionado, mi vista se despeja, y ahí, a tres metros, apareces. Como una aparición mariana, pero cambiando la luz divina por un foco de luz intermitente, el olor a incienso por el de los porros del rastafari que tengo al lado, y el coro celestial por la voz cascada del tal Leiva. So much better, dónde va a parar.

Y, siguiendo con el símil religioso, me acuerdo del pecado original. La dichosa serpiente, la dichosa manzana, la dichosa tentación. Pues muy bien... puedes llamarme Eva. En realidad, como sigas moviéndote así, puedes llamarme como te dé la real gana. Y cuando te dé la real gana.

Porque tú, jodida perfección vestida de marca, superas eso del pecado original. Es más, diría que superas lo de los 7 pecados capitales, y de largo... Avaricia, porque el simple hecho de mirarte es un malsano vicio del que siempre quiero más. Envidia, porque en esta situación, rodeados como estamos de patéticas quinceañeras borrachas, patéticos treintañeros desesperados y patéticas parejas que más bien parecen aspiradoras, eres capaz de conservarte en perfecto estado de conservación (y de follabilidad). Soberbia, porque sabes lo que provocas en la gente que te rodea, y te encanta. Y a mí me encanta más. Ira, porque ahora mismo te arrancaría tu preciosa y cara ropa a lo bestia. Gula, por lo que haría acto seguido. Lujuria, porque eres la encarnación de la misma. Y pereza, porque, con tu perfecta cara apoyada en el otro extremo de la almohada y tu cegadora media sonrisita de suficiencia dirigiéndose a mí, el cigarrito de después tiene que ser épico.

Sí, definitivamente, lo tuyo es superior. Vas más allá, mucho más. Eres el Pecado Supremo. Joder, creo que necesito otro chupito. O dos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cosas que me sacan de quicio, Vol.II...

- La gente que juega al tetris humano en la playa, encajándose a tu alrededor como si eso fuera a hacer desaparecer las toallas a cambio de 20 puntos.

- Megaupload y su irritante manía de inventarse descargas simultáneas e inexistentes desde tu dirección I.P.

- Las señoras garrulas, gafosas y con vestido rojo que se atreven a criticar por televisión el final de la mejor serie de la historia sin haberse enterado de una puta mierda.

- Ese híbrido de programa de actualidad y "humor" que llaman "Tonterías las Justas".

- El momento en el que el agua, ya sea del mar o de una piscina, alcanza el nivel de las pelotas.

- El actual Presidente del Gobierno.

- El futuro Presidente del Gobierno.

- El anterior Presidente del Gobierno.

- Y el anterior también.

- La gente que, inmediatamente después de preguntarte qué carrera estudias, te pregunta "pero, ¿y eso qué salida tiene?".

- Los chistes y monólogos de la España cañí, perpetrados por personajes como Arévalo, Los Morancos o (y esto ya es el súmmum) Jaimito Borromeo.

- El "Sueño Americano", o que haya personas que tengan como máximo objetivo en la vida formar una familia clásica, con dos hijos, perro y un chalet con piscina.

- La idealización como Obras de Arte de mediocridades con argumento copiado de Pocahontas y bichos saltarines de color azul.

- Que alguien necesite más de 10 años para desarrollar esas mediocridades.

- La eliminación de mi favorit@ en cualquier "reality".

- La no eliminación de mi Bestia Negra en cualquier "reality".

- Mi madre en "Modo Víctima de sus Malvados y Vagos Hijos".

- Los brotes de patriotismo repentino causados por un simple deporte, por muy divertido que sea.

- Los proyectos quinceañeros de chonis que dan berridos a tu alrededor en el autobús al son de la última canción de Pitbull en su móvil rosa fucsia.

- Los Ayuntamientos que no tienen dinero para poner una Diskofesta en fiestas de su municipio, pero sí para organizar actividades en las que sus futuros y decrépitos votantes puedan bailar pasodobles y sevillanas.

- La falta de inspiración cuando más la necesitas.

- Tener que editar las entradas del blog cuando, una vez publicadas, deciden trastocar todo su formato.

jueves, 24 de junio de 2010

It's been a while...

Otoño había empezado frío... O, al menos, a eso quería atribuir yo los escalofríos que me recorrían el cuerpo de tanto en tanto. Lo cierto es que estaba nervioso, muy nervioso. Me arrebujé en mi cazadora mientras miraba la hora en la pantalla azul de mi viejo y maltrecho móvil Samsung. 6:31 a.m. Como de costumbre, mis nervios me habían hecho apresurarme, e iba a llegar pronto a la parada del autobús.

A esas horas, todo estaba en silencio. Pasé al lado de ese bar que empezaba a estar de moda, y me fijé que ya había alguna luz encendida dentro. "Las limpiadoras madrugan más que yo", me dije... Tendría que empezar a acostumbrarme a esos horarios, y a la hora y media diaria de autobús que me esperaba (y otro tanto, mínimo, de vuelta). Era agobiante. Casi tanto como pensar en lo que me depararía el futuro, al otro lado de ese trayecto. En cualquier caso, tenía que intentar convencerme a mí mismo de que nada es definitivo, y que siempre se puede cambiar de opinión, como podría hacerlo en caso de darme cuenta de que me había equivocado.

Aunque la verdad es que no había tenido demasiadas dudas. Por alguna razón, no me había planteado dedicar los próximos años a nada demasiado alejado a lo que finalmente había elegido, y en ese sentido estaba tranquilo, porque sabía que no había nada que se me fuera a dar mejor. Lo que me intranquilizaba no era eso, sino el hecho de no saber qué me iba a encontrar, y, sobre todo, a quiénes.


Han pasado casi 5 años desde aquella mañana de Septiembre. Hoy puedo contar lo que me encontré al otro lado del trayecto... Me encontré mucho esfuerzo, muchas horas, muchos sacrificios, dudas para el futuro. Hojas de apuntes, bocadillos de tortilla, pizzas de bechamel, libros de Excel. Muchos quebraderos de cabeza, llantos, angustias y estrés. Y diversión, a raudales. Estilo, mediodías al sol, confidencias, imparables ataques de risa. Pero, sobre todo, me encontré personas.

Profesores anticuados, retrógrados, machistas, infinitamente sabios (hasta el punto de parecer la Wikipedia), infinitamente idiotas (hasta el punto de no saber su propio temario). Profesoras irritantes, malfolladas, absorbe-pantalones, zumbadas, simpáticamente ceceantes, incapaces de afrontrar sus frustraciones, capaces de comparar a Obama con una hez de corzo. Compañeros vagos, trabajadores, divertidos, aburridos. Fugaces, pero inolvidables. Eternos, tan arcaicos como la propia Facultad. Feos, guapos, agradables, repulsivos, follables, de esos que no tocarías ni con un palo, asexuales. Chonis insoportables, pijas con jardín y limacos, neanderthales de minuto y medio.

Gente con un lazo rosa. El "hippismo" personificado, u otra manera de hacer un trabajo de Botánica. Una chica callada y sonriente, pero con una hijoputez interna en crecimiento exponencial. Los más maravillosos rizos, y la risa más contagiosa. Alguien orgulloso de su pueblo, ante todo, y que en sueños me recomienda disfrazarme de Capitán Pescanova. Alguien orgulloso de mi pueblo, ante todo, y con potencial para gobernar el mundo... o la UPV. La voz de la sensatez, que no duda en vestirse a juego para las fotos y en teñirse el pelo del rubio más sorprendente. La adorable choni, alguien con quien compartir el amor por el estampado de leopardo y los oros, y que lo mismo te ayuda a comprender lo "pindia" que es una pendiente, como te ayuda a soportar el "sincio" con aires de "raquera". La sonrisa permanente, el batacazo potencial constante, un sonido de cascabeles y un cactus en miniatura. Lo tierno del cuero, los azotes, los tutús negros y el hablar soez.

Y, durante todo ese tiempo, fiel e invariablemente, una zorrupia en la mesa de al lado.

domingo, 23 de mayo de 2010

Historia de un viaje...

Hace un tiempo, se me ocurrió subirme a un avión. Todo presagiaba que sería un vuelo como cualquier otro, a pesar de las buenísimas recomendaciones que había leído sobre esa compañía en medios especializados. De hecho, cuando me senté en mi asiento y miré alrededor, no vi nada que se saliera de lo típico...

Un par de filas por delante, una mujer de raza negra charlaba con su marido sobre el trabajo de éste y lo mucho que necesitaban esas vacaciones. Al otro lado del pasillo, un joven elegante pero de aspecto cansado miraba meditabundo por la ventanilla. Poco antes de que se encendieran las pantallas de aviso de "Abróchense los cinturones" pude ver a una azafata morena llevando a un hombre calvo en silla de ruedas hasta su asiento. Al lado de éste se sentaba una pareja joven, ambos muy guapos, de aspecto californiano. Ella parecía la típica niña rica caprichosa, y él parecía estar acostumbrado, por desgracia, a ello.

Fuimos cogiendo altura poco a poco, y entonces comencé a darme cuenta que el vuelo no era tan común y corriente. La gente que viajaba en ese avión, las cosas que ocurrían en él... Era todo fascinante. A mi derecha tenía a una chica rubia, no mayor de 19 años, con un enorme bombo a punto de reventar. Parecía feliz con su embarazo, pero de vez en cuando podía atisbarse en sus ojos una sombra de infelicidad, de tristeza... Algo más adelante, un hombre trajeado se sentaba al lado de una chica joven, muy guapa y muy seria. Mientras ella ignoraba las bromas que su compañero de viaje le hacía al oído, yo me iba quedando enganchado a su tremendo magnetismo y a su enorme atractivo, salvaje y peligroso. De pronto, oí una airada voz de hombre hablando en un idioma extraño. Me giré y, a mi izquierda, una pareja de chinos, japoneses, coreanos, o algo así, discutían. O, más bien, él parecía estar recriminándole algo a ella, que permanecía inmutable, pero al borde del llanto.

Ya estábamos a bastante altura, y decidí levantarme e ir al baño. Sonreí al niño que se sentaba detrás mío, y que llevaba todo el viaje acosando a su padre a preguntas sobre el estado de su perro en la bodega del avión. Fui andando por el pasillo, y me fijé en un enorme pasajero que ocupaba dos asientos y que escuchaba, sonriente, música con sus cascos. Tan alucinado estaba yo con las enormes proporciones del muchacho que no vi venir por el pasillo a nadie, y cuando me giré ya no pude evitar chocar de frente con un chico rubio con cara de malas pulgas y camisa tejana. El tío me dijo algo así como "Mira por dónde andas, Harry Potter", y siguió su camino. Nadie pareció notar el incidente, salvo un moro con cara de pocos amigos, vestido con una camiseta de tirantes negra. Decidí no quedarme mirándole demasiado rato, no tenía pinta de ser muy agradable...

Estaba a punto de llegar al baño, y me di cuenta de que, rodeado de toda esa gente que, en general, parecía ser tan infeliz, me sentía a gusto. Como si todos representaran, de alguna manera, una parte de mí... En fin, enseguida mis pensamientos metafísicos fueron interrumpidos por un rubio bajito y barbudo que aporreaba la puerta del baño como si no hubiera un mañana. El tío, que tenía pinta de estrella de rock trasnochada, desistió y, deseándome suerte, volvió a su asiento.

Antes de intentar entrar en el baño, eché un vistazo a la parte trasera del avión, que también iba hasta los topes. Cerca del baño, una mujer latina con aspecto amenazante me miró como diciendo "qué coño miras, frikazo de mierda??", así que desvié la mirada hacia su derecha. Allí, junto a la ventana, una joven rubia observaba las nubes con ojos soñadores, como si en la inmensidad del cielo pudiera encontrar la paz interior que necesitaba. Giró su cabeza y me sonrió amablemente. Detrás de ella, un enorme hombre negro rezaba con los ojos cerrados mientras apretaba un amuleto, sorprendiéndome por lo inusual de su aspecto para ser un cura.

La voz de un hombre a mi lado me devolvió a la realidad. "Hey, brotha, ¿¿necesitas ayuda con la puerta??", me dijo, mientras me sonreía con cara de simpático chalado. A su lado, una guapa mujer castaña le miró silenciosamente, pero sus ojos lo decían todo: "cariño, ¿¿ya estás otra vez hablando con desconocidos como si los conocieras de algo??" De repente, la puerta se abrió, y del baño salió un hombre menudo, con ojos de sapo y mirada inquietante. "Perdón, me había quedado encerrado...", dijo, pero la manera en que lo dijo dejó claro que se había quedado encerrado porque lo había planeado exactamente así. Entré en el baño, me lavé la cara y, mirándome al espejo, comprendí que me había enamorado completamente de ese vuelo...

Abrí la puerta, y me encontré de frente con una cara desconocida. Era una mujer rubia, alta, de ojos tristes y gesto taciturno. A pesar de su enigmático aspecto, pude ver en su interior una gran bondad, y también un gran dolor. Volví a mi asiento, con los sentidos alerta, esperando encontrarme con cualquier cosa. Cuando me senté, vi que había una pareja sentada a mi lado. Probablemente habían estado ahí desde el despegue, pero no me había fijado en ellos hasta ese momento. Discutían sobre unos diamantes, o algo así. No lo sé, no pude seguir atendiendo a su conversación, porque en ese momento el piloto, un hombre con un corte absolutamente ochentero en su pelo canoso, nos saludó a través de unas pantallas de TV, deseando que estuviéramos teniendo un feliz viaje. Después, comenzó una película antigua, en la que un asiático hablaba a la cámara de algo que no fui capaz de comprender.

Por mi lado pasaron en ese instante tres dispares personajes: una exuberante mujer pelirroja, un apocado y pequeño hombre barbudo, y un oriental de gesto indeferente. La mujer escuchaba, aparentemente interesada, una emocionada diatriba del barbudo sobre física cuántica, pero de vez en cuando miraba por encima del hombro de éste al hombre oriental, como si ambos conociesen un importante secreto o tuvieran un misterioso pasado común. Yo estaba exultante, no podía quedarme sentado, y me levanté con la intención de pasearme por el avión y absorber todo lo que pudiera de las apasionantes y atormentadas vidas de mis compañeros de viaje. Además de todas las personas en las que ya me había fijado, pude ver a más gente, como una madre y una hija que charlaban en francés emocionadas, como si llevaran años sin verse; o una mujer morena y con cuerpo atlético, que observaba con aspecto crítico la foto de una estatua egipcia en la pantalla de su portátil; o un hombre de edad indefinida y ojos de un negro intenso, que captó mi interés cuando me saludó amigablemente con acento canario. Seguí dando vueltas por el avión, sorprendiéndome y emocionándome con cada cosa que veía, y particularmente intrigado por una especie de humo negro que asomaba de vez en cuando por los conductos de ventilación y que todos los viajeros parecían querer evitar.

Y ahora, después de tanto tiempo, ha llegado el momento. Ha llegado la hora de llegar a destino, abandonar el avión y despedirme, para siempre, de todas esas apasionantes historias que me han acompañado en este maravilloso viaje. No puedo negar que voy a echarles mucho de menos... Pero es lo que hay, pues todo viaje tiene un principio y un final. Así que no me queda más que abrocharme el cinturón por última vez y vivir al máximo el que seguro que será un aterrizaje trepidante, pero nada forzoso. Porque hoy, por fin, el viaje llega a su fin.

Feliz aterrizaje a todos...